miércoles, 13 de febrero de 2008

¡Sólo... para... lo... cos!

Usted, señor Goethe, como todos los grandes espíritus,
ha conocido y ha sentido perfectamente el problema,
la desconfianza de la vida humana: la grandiosidad del
momento y su miserable marchitarse, la imposibilidad
de corresponder a una elevada sublimidad del sentimiento
de otro modo que con la cárcel de lo cotidiano,
la aspiración ardiente hacia el reino del espíritu que está
en eterna lucha a muerte con el amor también ardiente y
también santo a la perdida inocencia de la naturaleza,
todo este terrible flotar en el vacíoy en la incertidumbre,
este estar condenado a lo efímero, a lo incompleto,
a lo eternamente en ensayo y diletantesco, en suma,
la falta de horizontes y de comprensión y la desesperación
agobiante de la naturaleza humana.